Adriano Herrera Álvarez
Había una vez un infante que nació y vivió en la Ciudad de México, allá por los años cincuenta, este ser soy yo, que tuve la fortuna de tener una familia increíble, mi madre catedrática y mi padre artista plástico, tuve dos hermanas, yo era el mayor, unos abuelos igualmente cariñosos, que apretaban mis tuercas cuando era necesario, unos tíos, hermanos de mi madre, que me colmaban de regalos de los viajes que hacían de vez en vez y por la parte paterna sólo conocí a mi abuela que se llamaba Arquilia, que bien recuerdo, ya por las tardes templadas de Santiago, se sentaba en la terraza y liaba los puros de tabaco que disfrutaba a placer, en aquellos lares en que el calor y sobre todo la humedad era casi insoportable. Tuve todo, viajes, los juguetes que cada Navidad solicitaba a un Santa, que desde un principio sabía que eran mis padres, ya que los pillé en una ocasión cuando depositaban los regalos en la base del árbol navideño, haciéndome el dormido. Recorrí con mis abuelos gran parte de la república, viajé más con ellos que mis hermanas, ¿porqué?, no lo sé, pero íbamos a Michoacán su tierra natal, mi abuelo de Paracho, mi abuela de Apatzingán, íbamos hasta Playa Azul en donde mi abuelo tenía unos terrenos a la orilla de la playa. Con mis padres viajé, pero con ellos hacia el centro y sur del continente americano a las exposiciones pictóricas de mi padre. Tuve todo lo que un niño desea tener, había mucho amor y de repente alguno que otro altercado, ya que mi abuelo fue un tanto mujeriego, y en las discusiones con mi abuela, todo lo escuchábamos mis hermanas y yo, los niños saben de los problemas de la familia, más de lo que uno pudiera pensar. La primaria fue muy tranquila, pero ya en secundaria, a cada rato me expulsaban, ya por broncudo o porque andaba noviando, o porque me iba de pinta al Cerro de la Estrella, donde había unas cuevas en donde la pasábamos de lo lindo con las compañeras, fumando Marlboro y platicando trivialidades, bueno y uno que otro besito, porqué les voy a mentir…
Ya en la preparatoria, las cosas fueron cambiando, me dejé crecer el pelo, me hice fans de The Beatles y los Rolling Stones, usé huaraches, un hippie, con mi moto Triumph 750 que me regaló mi padre; no fui un hippie como los de San Francisco California, que vivían en comunas, que abandonaban el hogar para perseguir el sueño de la Paz y el Amor, no, yo vivía en casa cómodamente, así que genuino, genuino hippie, no fui. Después vino el Festival de Avándaro en Valle de Bravo, un Woodstock a la mexicana, bueno, les diré que hasta los policías andaban hasta atrás, como cola de elefante. Posteriormente, en una moto muere uno de mis mejores amigos y tan-tan, tuve que vender mi motocicleta a exigencia irrefutable de mis padres, ni hablar.
Posteriormente hice mis primeros acercamientos pragmáticos al Arte, estudié Historia del Arte, Música, Pintura, Comunicación y entendí que eso era lo mío, tanto la Comunicación como las Bellas Artes y desde ese entonces ahí ando, curando exposiciones, teniendo programas, primero de radio y actualmente audiovisuales, en donde el Prof. Raúl Rosillo Garfias me ha dado unos espacios en Bitácora Multimedios, en donde tengo dos programas a la semana, aquí en San Juan del Río, Querétaro. Hace ya algunos años, tuve un viaje por la república, casi toda, me faltaron Sonora y Baja California norte, pero fue una aventura bárbara, llegaba por ejemplo, a Tampico y trabajaba en un periódico un tiempo, me aburría y me iba a Monterrey y luego a Chihuahua, Sinaloa, Nayarit, etcétera, una especie de días sin huella, solo, encerrado en mí, buscando algo, no sé qué, huyendo de mí mismo, no tuve mucha paz en aquellos tiempos, y sobre todo la falta de espiritualidad, a veces me deprimía, me preguntaba qué hacía en aquellos ignotos lugares y posteriormente comprendí que fue parte de mi proceso, que tenía que ver solo, la condición humana, un peregrinar en donde salí bien librado, ni un rasguño físico, pero con un gran impacto en mi interior, que necesitaba un acercamiento, no a la religión que nunca me ha dado nada, sino al Dios que vive en mi interior, saber con certeza mi misión en esta vida y llegué a la conclusión que mi circunstancia en este plano era Dar, Dar y Dar, olvidándome lo que mi mente reactiva me susurre. Estoy aprendiendo cada día, si existe la felicidad, yo la poseo y se refleja en Elena, mi mujer, en mis amigos fraternos, en los días de lluvia, en los momentos de tristeza y en la exhilaración, gracias le doy a Dios por lo que me brinda, cada día comprendo que nada se me ha arrebatado, que tras del todo hay una intención, un deseo, un privilegio…