Jaime Sabines
Adriano Herrera Álvarez
Una de Tres
Hace ya muchos años que cayó en mis manos un poemario del chiapaneco Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas 1926 / Ciudad de México 1999), no lo he soltado, de pronto Elena y yo, nos sentamos a leer algunos textos de este poeta, el más leído de finales del siglo XX, merecedor del premio Xavier Villaurrutia y la medalla Belisario Domínguez.
Siempre me ha parecido que la prosa de Sabines es libre, se deshace de toda floritura de ripios, es como si nos sentáramos en la sala de su casa a escuchar lo que sale de su corazón, ha creado poemas sensibles, aplastantes, como Los Amorosos, que nos hace reflexionar sobre esa línea delgada que existe en las relaciones, entre los amantes, un poema, que sin cortapisas, invade la mente al análisis, a darnos cuenta cómo funcionamos como pareja, es un poema fuerte, vigoroso, encerrando una verdad que puede doler si nos reflejamos en él como en un espejo.
Hoy quiero escribir sobre un poema intenso, que encierra todo el sentimiento de Sabines por la pérdida de su padre: el Mayor Sabines:
Mientras los niños crecen, tú con todos los muertos,
poco a poco te acabas.
Yo te he ido a mirar a través de las noches
por encima del mármol, en tu pequeña casa.
Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas,
otro día sin garganta,
la piel sobre tu frente agrietándose, hundiéndose,
tronchando oscuramente el trigal de tus canas.
Todo tú sumergido en humedad y gases
haciendo tus deshechos, tu desorden, tu alma
cada vez más igual tu carne que tu traje,
más madera tus huesos y más huesos las tablas.
Tierra mojada donde había tu boca,
aire podrido, luz aniquilada,
el silencio tendido a todo tu tamaño
germinando burbujas bajo las hojas de agua.
(Flores dominicales a dos metros arriba
te quieren pasar besos y no te pasan nada.)
Mientras los niños crecen y las horas nos hablan
tú subterráneamente, lentamente te apagas.
Lumbre enterrada y sola, pabilo de la sombra,
veta de horror para el que te escarba.
¡Es tan fácil decirte “padre mío”
y es tan difícil encontrarte, larva
de Dios, semilla de esperanza!
Quiero llorar a veces, y no quiero
llorar porque me pasas
como un derrumbe, porque pasas
como un viento tremendo, como un escalofrío
debajo de las sábanas,
como un gusano lento a lo largo del alma.
¡Si sólo se pudiera decir: “papá cebolla,
polvo, cansancio, nada, nada, nada”!
¡Si con un trago te tragara!
¡Si con este dolor te apuñalara!
¡Si con este desvelo de memorias
-herida abierta, vómito de sangre-
te agarrara la cara!