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Finitud
“No llores porque se acabó, sonríe porque sucedió.” — Gabriel García Márquez

Cuando tenía siete años, mi tío Jorge me pidió que mirara el cielo. Observé un firmamento azul profundo y él me dijo: “Eso que ves es infinito, no tiene fin…”. Esa idea me dejó pasmado; para mi mente infantil, era imposible concebir algo sin límites.

Con el tiempo, trasladé ese pensamiento a otras cosas: un juguete que se rompe, se ensucia o termina en la basura no desaparece; solo cambia de forma. Todo se transforma, y aunque perdamos la utilidad de las cosas, siguen existiendo en otra forma.

En nuestra sociedad, acostumbrada a lo finito, pensar en la infinitud resulta difícil. Nacemos, crecemos, nos reproducimos, envejecemos y morimos. Todo lo que hacemos y vivimos es parte de un ciclo: comer, trabajar, descansar, estudiar, amar… cada acto tiene un fin, pero en conjunto constituye la continuidad de la vida, un flujo que se asemeja a la Rueda del Samsara: nacimiento, muerte y reencarnación.

El Concilio de Nicea (553 D.C.) suprimió la idea de la reencarnación de la Biblia, quizá para fomentar la creencia en el infierno eterno. Yo no creo en el infierno, pero sí en la reencarnación. La vida no termina con la muerte; seguimos aprendiendo y evolucionando hasta alcanzar la comprensión plena, que es el Amor. Jesucristo enseñó precisamente esto: amor y perdón. Su resurrección a los tres días simboliza la continuidad de la conciencia y la posibilidad de evolución espiritual.

Cada acción finita, cada pensamiento, cada ciclo diario, forma parte del Infinito. Nuestro cuerpo y nuestras vidas son finitos, pero nuestras acciones y nuestra conciencia contribuyen al flujo eterno de la existencia, a lo que algunas filosofías llaman Karma o Dharma.

Como enseña Bhaktivedanta Swami Prabhupada:

“El principio activo es el alma, que transmigra de un cuerpo a otro en el momento de la muerte. El cuerpo puede ser diferente, pero el yo permanece el mismo. Podemos observar el cambio de cuerpo incluso en nuestra propia vida: de la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la juventud, y de la juventud a la madurez. Sin embargo, el yo consciente permanece igual. El cuerpo es material y el verdadero yo es espiritual. Quien comprende esto se dice que es consciente del verdadero yo.”

El miedo proviene del ego; la verdadera felicidad nace del espíritu. Todo lo finito que vivimos —acciones, pensamientos, ciclos— es la base que sostiene lo infinito.

Tags: #Reflexion, bitacoradiario, Contrapuntos

Autor

La Pila
La Caja de Pandora
Portada Bitácora Diario Edición 1633
EDITORIAL
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