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EVOLUCIÓN

“El cambio es la ley de la vida. Cualquiera que sólo mire el pasado o el futuro, se perderá el presente”.
— John F. Kennedy

La televisión que había en casa cuando yo era un niño, en los años cincuenta del siglo pasado, era una caja enorme y solamente en blanco y negro. Había solamente tres canales; con eso teníamos suficiente. Me acuerdo de la marca: Packard Bell. Veíamos en familia —hasta mis abuelos— las corridas de toros, el “Club del Hogar”, las aventuras de Chabelo y el “Pecas”. Mi abuela lloraba con la telenovela “Gutierritos”. Cuando no íbamos a la corrida a la Plaza México, veíamos los domingos las corridas de toros por televisión y, por supuesto, “Cómicos y Canciones” con Viruta y Capulina; para rematar el mismo domingo, a las ocho de la noche, “Teatro Fantástico” con el inolvidable “Cachirulo”.

La educación que recibimos no era militar ni mucho menos, pero había reglas en casa que debíamos cumplir: portarse bien, hacer las tareas escolares antes de salir a jugar con nuestros amigos, comer lo que se preparaba en casa sin chistar, ir a la iglesia los domingos y, cuando salíamos del templo, comer en el centro del entonces Distrito Federal, regularmente en un restaurante que está en la calle 5 de Mayo, “La Blanca”. Caminábamos por donde nos guiaban los mayores y regresábamos a ver la corrida o lo que quedaba de ella en casa.

Recuerdo cuando mi padre me pegó una sola vez; no me acuerdo el porqué —algo grave, supongo—, pero no fuimos niños maltratados. Nos dieron una buena educación, buenos ejemplos y ahora que volteo hacia el pasado, ya toda mi familia ha muerto; solamente me queda una hermana que vive en la gran ciudad, lugar que no quiere dejar a pesar de los problemas actuales que enfrenta la capital del país, y un tío que vive en Minatitlán, con sus hijas, mis primas. De mis amigos de aquellos tiempos no sé nada: si viven o mueren es ignoto para mí, pero sobreviven los recuerdos y los maravillosos momentos de aquellos ayeres.

Nuestros juegos infantiles eran el fútbol, las escondidillas (“uno, dos, tres por…”), canicas, burro castigado, rayuela, trompo, matatena, y las chicas jugaban con sus muñecas. Muchas veces se incorporaban al equipo de fútbol que llamábamos “coladeritas”, coleadas —que tenían cierto peligro—, y cuando llovía, una que otra vez nos dejaban salir a mojarnos con algunos amigos. Éramos, en verdad, felices, gracias a Dios.

Cuando tenía aproximadamente siete años, caminando con mi padre en la calle de Argentina, vimos cómo atropellaban a una niña de escasos cinco años. Claramente vi cómo volaba la niña y caía casi a nuestros pies. Mi padre, en un instante, levantó a la niña; la madre estaba claramente enloquecida. Llegaron las autoridades y le sugirieron a mi padre que nunca tratara de levantar a un accidentado, porque puede ser peor para la víctima. Entregó a la niña, lloramos juntos, me abrazó y nos fuimos a casa. Recuerdo que la camisa de mi padre estaba manchada de sangre de la niña; ese fue un momento crucial en mí. Por un breve tiempo, tenía miedo de salir a la calle. Mi padre y mi madre hablaban conmigo, pero no podía quitarme de la cabeza la horrible escena del accidente; con el tiempo, esos recuerdos dejaron de doler.

Los maestros de la primaria fungían como nuestros padres sustitutos, pero en aquellos tiempos se estilaba violentarlos; es decir, tenían toda la autoridad para corregirnos en caso necesario. A los hombres nos jalaban de las patillas, o nos daban con el borrador en las puntas de los dedos, o nos ponían orejas de burro contra la pared y otras cosas. En estos tiempos las cosas son al revés: si insultas a un alumno o lo agredes físicamente, te pueden demandar y hasta el bote pueden ir a parar los docentes; y, en casos álgidos, hasta los padres pueden ser demandados. Yo me pregunto: ¿es correcto lo que sucede actualmente? ¿A eso podemos llamarle evolución o involución?

Son otros tiempos. La vida cambia constantemente; los usos y costumbres que no son pragmáticos se eliminan, surgen otros que van conforme la sociedad los acepta. Solamente nos queda adaptarnos a ellos; no hay vuelta atrás. Lo que sostengo es que debe surgir en la conciencia de todos la ética; si nos mantenemos en esa línea, no pasa nada, la vida sigue su feliz curso.

Sobre la tecnología, nunca nos imaginamos que existirían los celulares, los relojes inteligentes, el internet; es decir, la tecnificación. El único que en aquellos tiempos tenía un reloj inteligente era El Santo, que se comunicaba en sus películas con el alto mando para recibir información. Era, para mí, ciencia ficción; ahora los adelantos científicos me sobrepasan. Tan solo con las computadoras, donde puedes comunicarte con todos, ver lo que sucede en los lugares más lejanos, chatear, conectarte con alguien con una videollamada en tu celular a cualquier parte del mundo, ya es tan cotidiano que nos disminuye nuestra capacidad de asombro, por lo menos a mí.

En una recámara mediana cabe todo lo que traemos en nuestro teléfono celular, como el reloj, la máquina de escribir y todas las bondades que trae el teléfono. Es sorprendente.

Yo nací a mitad del siglo XX. Me ha tocado el cambio de siglo y de milenio, dos campeonatos mundiales de fútbol —ya viene el tercero—, una olimpiada, la llegada del hombre a la Luna, dos terremotos, un accidente automovilístico en carretera, dos matrimonios, veinticuatro años viviendo en el mar, tres operaciones quirúrgicas y más… aquí sigo, tranquilo, feliz y aunque las cosas lleguen a cambiar en lo que me queda de vida, las recibiré con la gratitud que me da haber vivido como quise, algunas veces acertadamente, otras no tanto. Siempre agradecido con Dios, ya que millones de personas no llegaron a mi edad; por eso debo agradecer y dar lo mejor de mí a todos, ya que, como dice la voz popular:

“se sufre, pero se aprende”
que yo cambiaría por:
se vive, pero se aprende”.

Tags: #columna, #televisiónenblancoynegro, bitacoradiario, Contrapuntos

Autor

El fracaso de Morena golpea a las familias: Martín Arango
MESA 32
Portada Bitácora Diario Edición 1584
EDITORIAL
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