Más sobre la Fiesta Brava
Adriano Herrera Álvarez
En las últimas semanas del pasado 2023, se reautorizaron por las autoridades correspondientes, las Corridas de Toros en la Plaza México, para beneplácito de los que somos taurófilos. Los antitaurinos, como siempre protestaron, se manifestaron en contra del fallo, lo que les falta a estos grupos de protesta es conocer, la esencia de este magnífico arte. “La fiesta taurina es por naturaleza durable”. Trascendente, pues no es un deporte extremo, ni una fiesta en el sentido “pachanguero” sino “un ritual, una liturgia, la escenificación de un drama”, el drama de la vida.
Lejos de apasionamientos y prejuicios, ese aspecto ritual de la tauromaquia es comprendida como orgía de colores, fiesta sensual, bravura, caricia, muerte y enfrentamiento con la verdad. He visto en algún noticiero las opiniones de los anti-taurinos y son tan absurdas que solamente me causaron cierta simpatía y risa, opiniones pueriles que en absoluto tienen que ver con la fiesta de los toros, ilógicas y carentes de sentido, por ejemplo una persona aduce que: “¿porque no les hacen a las ballenas, a los tiburones, a los leones, lo que le hacen a los toros?” y aseveraciones como ésta y mucho peores he encontrado en los medios de difusión serios.
Las personas no saben que el burel no es domesticable, si no fuera por la fiesta brava el toro de lidia ya se hubiera extinguido, su destino de todas formas sería la muerte para alimentarnos, esta fiesta es el sustento de muchas personas, es para muchos una forma de vida, por eso y otras cosas celebro la decisión del juez en cuestión. Sé decir que hay aspectos de nuestro tiempo que deploro. Todo se ha vuelto aséptico y descentrado; el mundo se infantiliza en sus sabores, en sus escenarios, en sus modas, en sus patrones conductuales.
Tendemos a hacer adolescentes irresponsables, ávidos de aquí y ahora, victimizados, exigentes de nuestros derechos y menos celosos a la hora de asumir responsabilidades. En este mundo maravilla, cada vez hay menos lugar para las zonas de “encantamiento” del mundo, aquellas que reivindican la poesía, la música, el teatro, la pintura, la literatura.Ya casi no hay sitio para ritos despaciosos, para la trascendencia, para las experiencias no fungibles, numinosas.
El toreo es parte de estas expresiones. De aquí proviene su atractivo y su fascinación, su fuerza secreta y quizá la llave de su perdurabilidad. Porque lo trascendente, lo sagrado, lo poético, es inherente a lo humano, es una dimensión que no nos es dado excluir de nuestra condición. Y si el mundo expulsa lo ritual y lo sagrado por la puerta, regresan por la ventana. Cuando un torero se enfunda en su traje de luces es sagrado. “¡El torero es sagrado!”. Seguramente por esto y otras cosas, Federico García Lorca la llamó “fiesta cultísima” y “fiesta perfecta”. Porque es tan culta que nos remite como muy pocas hoy a los fundamentos estéticos y al alma de la cultura de Occidente.
¿Un espectáculo?, sí, un espectáculo singular. Una puesta en escena, un arte escénico. Como todo arte implica una técnica, un oficio y tiene, por tanto, sus maestros y sus aprendices. Cuando el toreo se reduce a lo técnico se vuelve vulgar y repetitivo. Las mismas suertes, el mismo desarrollo, la mecanización de una rutina. Cuando aparece el arte, el duende, el toreo se vuelve irrepetible, frágil, efímero, como una ráfaga de luz, como el aleteo del espíritu sobre la arena. Se torea con el espíritu, ya lo sabemos. “¿Quieres ser torero? Olvídate que tienes cuerpo”, dijo alguna vez Juan Belmonte.
El primer atributo de la fiesta es su gran atractivo visual -visto y recreado, genialmente por las tauromaquias de Goya y Picasso-, su dimensión plástica indudable. Las corridas de toros ofrecen una orgía de color: la abigarrada policromía de los tendidos; la excitación de los rojos en las puertas y en las tablas, en la sangre de los toros, en la sangre del torero, los capotes solferinos y amarillos, o solferinos y plumbagos o morados, según sea la vuelta a la usanza antigua o a la moderna. La fiesta es también una embriaguez de aromas y olores; huele a puros y tabacos, a perfumes, a licores, a claveles y a cerveza. La fiesta brava no desaparecerá… ¡Jamás!