Gabo
Por. Adriano Herrera Álvarez
Hay algunas cosas en la vida que se pierden y duelen, otras no tanto y otras nada, pero en este caso una empresa de paquetería -ni siquiera vale la pena mencionar quienes son-, nos robaron dos cajas, una contenía alrededor de ochenta libros y la otra como cien películas originales (DVD), que estuve coleccionando con tiempo y esmero, lo que más me dolió fueron mis libros, mis queridas obras y entre ellas venían varios libros de Gabriel García Márquez, imprescindibles. Recuerdo que entre los libros de Gabo venía la Edición Conmemorativa, que auspiciaba la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. La vida da muchas vueltas y hace unas semanas en la librería “Sin Libros” de mi amigo Elio Michaus lo encontré, en excelente estado y a mejor precio del que compré hace unos años, justicia divina.
El contenido de esta obra es la siguiente: Presentación/ “Lo que sé de Gabriel” de Álvaro Mutis/ “Para darle nombre a América” de Carlos Fuentes (a quien le quedaron a deber el Premio Nóbel de Literatura) / “Cien años de Soledad, Realidad Total, Novela Total” de Mario Vargas Llosa /”Gabriel García Márquez, En busca de la realidad poética” / “Algunas literariedades de Cien años de soledad” de Claudio Guillén, Nota al Texto, Árbol Genealógico de los Buendía / “García Márquez y Cien años de soledad en la Novela Hispanoamericana” de Pedro Luis Barcia, Juan Gustavo Celo Borda, Gonzalo Celorio y Sergio Ramírez/ Glosario, Bibliografía Utilizada y Nombres. Un estudio en diversos puntos de vista de grandes escritores, la mayoría amigos suyos, así que nos encontramos con una obra que posee factores de realidad interesantes, todos coinciden que es la obra más importante de la literatura moderna, la novela total sin lugar a dudas. Gabo empezó de periodista, llegó a México y prácticamente realizó su carrera en estos lugares. ¿De dónde emanó esa fantasía genial y sentido del humor de Gabo? muy posiblemente de sus años en Colombia, sobre todo en la provincia, en donde empezó a gestar en ese universo barroco, -que es parte de Amazonas- todos esos personajes y situaciones peculiares, que me hacen entrar al mundo de lo onírico, de lo fantástico. El comienzo de la novela es sumamente atrayente, misterioso:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” Desde este principio empieza la pregunta decisiva, ya que Macondo estaba en una tierra con un calor infernal, pero el hielo venía dentro de un baúl de Melquiades “El mago”, que también llevó a Macondo el imán, que a su paso sacó los clavos de las casas del poblado.
Carlos Fuentes escribió en “Para darle nombre a América”:
“Conocí a Gabriel García Márquez allá por el 1962, en la Ciudad de México y en la calle de Córdoba 48, una casa llamada “La Mansión de Drácula” por su evidente aspecto transilvanico y sede de la productora de cine de Manuel Barbachano Ponce. Digo con esto que al llegar a México a principios de los sesenta, Gabriel García Márquez fue recibido -en la Mansión de Drácula- con un equipo que incluía a los republicanos españoles Federico Américo, productor de la vieja CIFESA, Carlos Velo, que en España realizó un memorable documental sobre El Escorial y Jaime Muñoz de Baena, un seductor señorito madrileño de agudo ingenio y modas británicas. A ellos se unía Álvaro Mutis, el escritor colombiano, que fue quien me presentó en Córdoba 48, al recién llegado Gabriel García Márquez, al cual yo ya conocía, desde luego, como el joven escritor de “La hojarasca”, un libro de apariencia rústica y entraña nobilísima, pues de él me parece, surge el universo creador de García Márquez. Lo conocí en Córdoba 48 y nuestra amistad nació allí mismo, con una instaneidad de lo eterno. Gabo culminaba en México un joven periplo que lo había llevado de Aracataca a Barranquilla. De Sucre a Zipaquirá y luego de Bogotá a Roma, Londres y París en mosaicas tabletas de información escritas en El Universal, luego en el Heraldo, finalmente en El Espectador, que lo sorprende en el exilio europeo dejando atrás, pero teniendo presente siempre, las tensiones colombianas que se renuevan -porque no se inician- el 9 de abril de 1948 con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y culminan con la clausura de El Espectador por Gustavo Rojas Pinilla en 1955 determinando una errancia que, al cabo, en un autobús Greyhound, con Mercedes y Rodrigo y Gonzalo en espera, a la Ciudad de México, la más vieja ciudad viva de hemisferio occidental, la urbe azteca, virreinal, barroca, caótica, antiquísima, modernísima, la ciudad de roja piedra tezontle y afrancesadas mansardas esperando la improbable nevada tropical y edificios de cristal despedazado que no quiere durar más de cincuenta años. México, D.F. donde la familia Márquez tendría de allí en adelante su principal residencia para honor y alegría de México y los mexicanos. Juntos entramos al Museo de Antropología. Juntos indagamos el misterio de la Cuatlicue, la diosa madre de los aztecas, representada en un enorme monolito cuyos terribles elementos: -Serpientes, manos laceradas, sexo impenetrable- le proclaman a la ciudad y al mundo:
-Yo no soy Venus. Yo no soy una diosa humana. Yo soy diosa porque no soy humana.
Entonces después de diez minutos de contemplación, García Márquez dice:
-Ya entendí a México”.
Amigos este es un espacio del que no puedo extenderme, pero hay mucho que analizar sobre “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, continúa en la próxima entrega.