Tombuctú
Adriano Herrera Álvarez
“El siempre sorprendente y astuto Auster, arranca una de sus novelas más conmovedoras e inmediatas de la mente de un inteligentísimo perro.” Publishers Weekly
Paul Auster (1947, Nueva Jersey, USA), escritor, traductor y cineasta siempre me sorprende con sus textos, llenos de profundidad, lucidez e imaginación, el primer libro que leí de Auster fue “La invención de la soledad” (1982), (que ya tuve oportunidad de comentar aquí en Contrapuntos de Bitácora Multimedios) sobre la muerte de su padre, que fue prácticamente invisible en su vida, Auster se desnuda y nos brinda fríamente las emociones que sintió ante este suceso. En Tombuctú hay un perro llamado Míster Bones, un perro callejero de gran inteligencia que se encuentra con Willy G. Christmas, poeta errante y vagabundo, se convierten en confidentes inseparables, como si de Don Quijote y Sancho Panza se tratara, comparten sus días con la soledad, el azar y la dureza de la vida en las calles. El día que el escritor presiente que su muerte está cercana y que se aproxima a un mítico mundo al que él llama Tombuctú (una “oasis de espíritus” que empieza allí “donde termina el mapa del mundo”), decide iniciar un último viaje a Baltimore para buscar a su antigua maestra y confiarle a su fiel amigo. Pero Míster Bones terminará por continuar su camino en solitario resistiendo a la vida y a lo más desalentador, la especie humana, y perseguirá a Tombuctú para reunirse con Willy y sus sueños.
Paul Auster nos muestra una visión honesta y hermosa de la naturaleza humana a través de los ojos caninos de Míster Bones. Un viaje emotivo que es un canto a la amistad y a la búsqueda de la felicidad.
He aquí unos fragmentos:
“Míster Bones sabía que Willy no iba a durar mucho. Tenía aquella tos desde hacía más de seis meses y no había ni una remota posibilidad de que se le quitara. Lenta e inexorablemente, sin que se produjera la más mínima mejoría, los accesos habían cobrado intensidad, pasando del leve rebullir de flemas en los pulmones el 3 de febrero a los aparatosos espasmos con esputos y convulsiones de mediados de verano. Y por si fuera poco, en las dos últimas semanas se había introducido una nueva tonalidad en la música bronquial -un sonsonete tenso, vigoroso, entrecortado-, y los ataques se sucedían ahora con mucha frecuencia, casi de continuo. Cada vez que sobrevenía alguno, Míster Bones, temía que Willy reventara por la presión de los cohetes que estallaban en su caja torácica. Imaginaba que no tardaría en echar sangre, y cuando aquel momento fatal llegó finalmente el sábado por la tarde, fue como si todos los ángeles del cielo se hubieran puesto a cantar. Míster Bones lo vio con sus propios ojos, parado en el borde de la carretera entre Washington y Baltimore, cuando Willy escupió en el pañuelo unos espantosos coágulos de sustancia escarlata, y en ese mismo instante sabía que había desaparecido hasta el último resquicio de esperanza. Un olor a muerte envolvía a Willy G. Christmas, y tan cierto como que el sol era una lámpara que diariamente se apagaba y encendía entre las nubes, el fin estaba cada vez más cerca.”
“¿Qué podía hacer un pobre perro? Míster Bones había estado con Willy desde que era un cachorro pequeño, y ahora le resultaba casi imposible imaginarse un mundo en el que no estuviera su amo. Cada pensamiento, cada recuerdo, cada partícula de tierra y de aire estaba impregnado de la presencia de Willy. Las viejas costumbres no se pierden fácilmente, y en lo que se refiere a los perros hay sin duda algo de verdad en el dicho de que llega un momento que es demasiado viejo para aprender, pero el miedo que sentía Míster Bones por lo que se avecinaba había más que amor o devoción. Era puro terror ontológico.”
-¿Qué cosa? Se oyó decir Míster Bones, consciente de nuevo de su capacidad de hablar, de formar palabras con la misma claridad y soltura que cualquier bípedo que charlará en su lengua materna.
-Eso para empezar- dijo Willy.
-¿Eso?- preguntó Míster Bones, que no entendía nada- ¿Qué es eso?
-Lo que estás haciendo ahora.
-No estoy haciendo nada, Sólo estoy echado aquí contigo en la arena.
-Estás hablando conmigo, ¿no?
-Da la impresión de que hablo. Parece que hablo. Pero eso no quiere decir que hablo de verdad.
-¿Y si te dijera que sí?
-No sé. Creo que me levantaría y me pondría a bailar.
-Pues empieza a bailar Míster Bones. Cuando llegue el momento no tendrás que preocuparte.
-¿En qué momento Willy?¿De qué estás hablando?
-Cuando llegue el momento de ir a Tombuctú.
-¿Quieres decir que admiten perros?
-No todos. Sólo algunos. Cada caso se trata por separado.
-¿Y a mí sí?
-A tí sí.