Poesía: Amado Nervo
Adriano Herrera Álvarez
Dando un recorrido por mi biblioteca, encontré las obras completas del poeta mexicano Amado Nervo, que nace en Tepic un 27 de agosto de 1870 y fallece en Montevideo, Uruguay en mayo de 1919.
Dejo espacio para aprovechar disfrutando, los axiomas de este preclaro poeta mexicano:
“Para un libro que no escribiré”. A.N.
Un beso: nada entre cuatro labios…
Cuando el amor es dios, de esa nada saca el mundo.
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Muchas veces me pregunto…¿Qué pensará el Padre Eterno del movimiento literario en México? ¿Estará por los románticos o por los decadentes?
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-Si me quieres Lilia, te daré: por diadema un segmento de Luna, por vestido un túnica de jacinto y por calzado un escarpín de cristal de roca.
-Perfectamente, poeta; ya conoces sin embargo a Lamia: es muy burlona y me criticaría mi traje. ¿No puedes darme uno de moda?
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El día del juicio habrá amnistía general, Dios no ha de ser peor que Weyler.
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Las pasiones, las angustias, los temores son como el lodo en el agua: si el agua está serena se asientan y la superficie permanece diáfana. Si está agitada la revuelcan…
Seamos como el agua tranquila. La ecuanimidad es el privilegio de los genios. La serenidad es la virtud de los dioses.
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A veces busco a mi tristeza con la angustiosa perplejidad de aquel personaje de Hoffmann que perdió su sombra…y no la encontró.
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Las estatuas de los genios bostezan perpetuamente, expuestas a la admiración pública “¡Que tedio el de la gloria!”
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Dice Víctor Hugo: “Ahí donde falta todo, la naturaleza se encarga de suplir todo. Ella hace florecer y reverdecer todos los hundimientos: tiene la hiedra para las ruinas y el amor para los hombres.” He aquí un inmenso consuelo: cuando se va la juventud, suele venir el amor…
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El amor es egoísmo de dos.
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-¿Y la amada?
-No la tengo.
-¿Por qué?
-Por pereza de amar.
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-Amigo, tu amor es demasiado fuerte, en un vino que embriaga; le pondremos un poco de agua, ¿quieres?
-No amiga, déjalo para las gargantas más poderosas y no hagas dos cosas buenas: el vino y el agua son cosas insípidas.
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Los romanos ponían en sus sepulcros lámparas que jamás se extinguían. He aquí un procedimiento misericordioso para ahorrar trabajo al recuerdo.
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-¿Me adoras?
-Pregúntale a mi locura.
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En el Evangelio se lee a menudo: “El discípulo que Jesús amaba…” Dios mismo tuvo un amigo.
Yo no tengo ninguno.
¿Debo lamentarlo?