Picardía Mexicana
Adriano Herrera Álvarez
UNO DE QUIEN SABE CUÁNTOS
Hace unos años perdí, prestando, este estupendo libro, “Picardía Mexicana” de Armando Jiménez y buscándolo en las librerías de San Juan del Río, pues no lo encontré, hasta que un día de tantos, le pregunté a mi amigo Don Enrique Gómez sí lo tenía de puritita casualidad en su vasta librería y me contestó que sí, me alegré y ya lo tengo en mis manos para, en cada columna de Contrapuntos brindarles a ustedes queridos lectores de Bitácora, este libro lleva 47 ediciones, nada más. El Introito a guisa de Carpocapsa Saltitans escrito por nuestro Premio Nóbel de Literatura, Octavio Paz versa lo siguiente:
“Mi amigo Armando Jiménez me encargó el prólogo de esta obra. Acepté y al escribir los primeros párrafos me di cuenta de que, en lugar de ceñirme al tema, me perdía en vagabundeos y divagaciones. Decidí seguir a mi pensamiento sin tratar de guiarlo, y el resultado fue un texto de ciento cincuenta páginas, que ha sido publicado aparte en forma de libro, aquí aparecen unos cuantos fragmentos más como homenaje que como comentario a su Nueva Picardía Mexicana”.
“Hay una relación indudable, aunque no completamente aclarada, entre pícaro, picardía y picar. Al principio, según Corominas, se llamaba pícaro a quien se ocupaba de los menesteres y oficios quien designa el verbo picar: pinche de cocina, picador de toros, etcétera. Más tarde la palabra pasó al lenguaje del hampa, como “denominación de otras actividades menos honestas, pero en las que también se picaba o se mordía. ¿Hará falta recordar al mordelón mexicano?”. Si es pícaro el que pica, picotea, corta, hiere, muerde, espolea, enardece, irrita: ¿qué es picardía? Por una parte, es acción de pícaro, por la otra, un chiste, un cuento, un dibujo humorístico y satírico. El acto real y el acto simbólico: en un caso, se pica la piel o la bolsa ajena; en el otro, el pinchazo es imaginario”.
“Nueva Picardía Mexicana” es un libro de imaginación, mejor dicho; es una colección de fantasías y delirios verbales de los mexicanos, un florilegio de sus picardías imaginarias. Todas las flechas, todos los picos y aguijones del verbo picar, disparados contra un blanco que es, a un tiempo indecible e indecente. ¿Indecible por indecente o indecente por indecible? Ya veremos. Por lo pronto subrayemos que si la picardía es imaginaria, su objeto no lo es. La agresión es simbólica; la realidad agredida, aunque innominada e innominable, es perfectamente real. Precisamente porque todos hablan de “aquello de lo que no se debe hablarse”, sólo que lo hacen con un lenguaje cifrado o alegórico; nada menos realista que los “cuentos colorados” y los “albures”. La picardía es un territorio habitado por la alusión y la elusión. El libro de Jiménez es un repertorio de expresiones simbólicas, un catálogo de metáforas populares. Todas esas figuras de lenguaje aluden invariablemente a una misma y única realidad; su tema es un secreto conocido por todos pero que no puede mencionarse con su nombre en público. Así, el primer mérito del autor no es tanto su erudición en materia de picardía, cuanto el atreverse a decir en voz alta lo que todos repiten en voz baja. Esta es la gran y saludable picardía de Nueva Picardía Mexicana”.
“Los mexicanos, y tal vez otros hispanoamericanos también, nos reconocemos en los cuentos, y dichos de este libro. La sorpresa que nos produce su lectura no viene de la novedad -aunque contenga muchas cosas nuevas o desconocidas- sino de la familiaridad y la complicidad. Leerlo es participar en el secreto. ¿En qué consiste ese secreto? Nueva Picardía nos enseña nuestra otra cara, la oculta e inferior. Lo que digo debe entenderse literalmente; hablo de la realidad que está debajo de la cintura y que la ropa cubre. Me refiero a nuestra cara animal, sexual: al culo y a los órganos genitales. No exagero ni invento; la metáfora es tan antigua de los ojos “espejo del alma” -y es más cierta-. Hay un grabado de José Guadalupe Posada en donde representa a un fenómeno de circo: una criatura enana vista de espaldas, pero con el rostro vuelto al espectador, y que muestra abajo, en el lugar de las nalgas, otro rostro. Quevedo no es menos explícito, y uno de sus escritos juveniles ostenta este título: “Gracias y desgracias del ojo del culo”. Es una larga comparación entre el culo y el rostro. La superioridad del primero consiste en tener sólo un ojo, como los cíclopes que descendían de los dioses del ver”.