Libros que influyen
Adriano Herrera Álvarez
Primera de Dos
“Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado. Casi 70 años después, recuerdo con nitidez esa magia de traducir las palabras en imágenes” Mario Vargas Llosa
En charlas literarias con amigos, sobre todo con Don Enrique Gómez, hemos coincidido con este epígrafe de Mario Vargas Llosa, esa alquimia que nos transporta a lugares donde quizá nunca iremos físicamente, a personajes de toda índole, a sentimientos que algunas veces coinciden con los nuestros, leer para mí es fundamental, ahora estoy leyendo “El viaje del elefante” del portugués y Premio Nóbel, José Saramago, que, entre otras cosas le importaba un bledo la puntuación tradicional o mejor dicho, la obra de Saramago tiene su propia puntuación.
Cierto, la literatura me ha influido de manera definitiva, cuando no leo, veo las corridas de toros, las buenas series o escucho música, pero prefiero leer, es decir el estado que me produce leer es muy íntimo, la introspección ilustrada, en ese momento no existe tiempo ni espacio. Ya he mencionado en esta columna, en Bitácora Multimedios, que el primer libro que leí, fue “La Isla del Tesoro” de George Stevenson, a los seis años, conducido por mis padres que, recuerdo, eran lectores asiduos, siempre que podían estaban con un libro. En un atraco que sufrimos en Puerto Vallarta se llevaron cerca de cien libros, entre ellos “Los Girondinos” de Alphonse de Lamartine, el último libro que me regaló mi padre que murió hace poco más de un mes, mucho lo lamenté, en fin, la vida sigue y estoy tratando de conseguirlo.
En mi infancia leí de todo, desde los Hermanos Grim, “El Conde de Montecristo” de Alejandro Dumas, las aventuras de los Pardallán, el mejor regalo que recibí de mi madre fue aquella colección llamada “Tesoros de Juventud”, que fue un verdadero agasajo literario, ya en la adolescencia, en la secundaria se pusieron de moda los libros de Lobsang Rampa, pero el que dejó una impronta profunda fue “Pedro Páramo” y “El llano en llamas” de Juan Rulfo, sobre todo aquella inolvidable y angustiante narración “Diles que no me maten”, Rulfo se cuece aparte, tan poco que escribió y tan grande que es y seguirá siendo en las generaciones futuras. Posteriormente vino mi etapa de leer con avidez a Hermann Hesse, desde “El lobo estepario”, “Demián”, “El juego de abalorios”, “Y si la guerra siguiese”, “Gertrude”, hasta que cayó en mis manos “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, que me marcó para siempre, qué manera de plasmar lo fantástico, mezclado con la surrealidad, el amor, la locura, el conflicto, con un sentido del humor que no he visto en otros autores, solamente recuerden a los Buendía, Melquiades El Mago o a Mauricio Babilonia, cada personaje encaja a la perfección, cada letra, cada palabra, cada frase u oración son solamente escritos de un genio como lo es García Márquez, que vive y pervive en su obra para la posteridad, amén de otros libros que me impactaron sublimemente como esa bella historia idílica: “El amor en los tiempos del cólera”.
Heinrick Boll, en “Confesiones de un payaso”, historia tristemente genial, o “Cantar de ciegos” de Carlos Fuentes al que la Academia de los Premios Nóbel, le negó infamemente el galardón de Literatura a este grandioso escritor mexicano: “Aura”, “Los años con Laura Díaz”, “La región más transparente”, “La muerte de Artemio Cruz”, “La frontera de cristal” y muchos más, sostienen la huella indeleble de Fuentes.
He tenido mis épocas literarias con muchos escritores, con Dostoievski, Paul Auster (de quien escribiré en la segunda entrega), Irving Wallace, W. Somerset Maugham (genial), con Mario Vargas Llosa, desde “Pantaleón y las visitadoras”, “La casa verde”, “La fiesta del chivo”, “La ciudad y los perros”, “Travesuras de la chica mala”, “Cinco esquinas”, “La tía Julia y el escribidor”, etcétera, etcétera.
Lo último que me ha llenado de admiración y seguimiento es mi temporada japonesa, a través de los libros maravillosos de Haruki Murakami y Yukio Mishima de quienes también escribiré sobre ellos en la segunda entrega.
Amigos el hecho de leer, no nos convierte en intelectuales estirados, como piensa mucha gente, solamente es un entretenimiento, un suceso lúdico entre la mente y el libro en cuestión. Preguntando a algunos amigos sobre qué leen, unos me dicen que se duermen a la primera página, otros que definitivamente no les interesa, pero los más incongruentes son los aducen falta de tiempo, mentira, siempre hay tiempo para leer, siempre y cuando uno se organice, y que en lugar de estar enajenándose con “Mi fortuna es amarte” de la nefasta Televisa, se brinden un tiempo para abrir un libro y sumergirse en uno de los placeres más hermosos que existen: leer…punto y seguimos…