Bitácora 673.-
LOS KUNAS
Dos de Dos partes
Adriano Herrera Álvarez
En la fiesta de la Ceremonia de la Pubertad o Fertilidad, las mujeres y los hombres pueden fumar y beber -solamente en días festivos-, reunidos en una gran palapa, los hombres en una parte y las mujeres en otra, donde un grupo musical, a base de algunos instrumentos de cuerda y viento, tocaban una música extraña, con coros que eran unas veces como lamentos, otros dramáticos y eufóricos. Las mujeres me gritaban riendo algo que no comprendía y le pregunté a José qué querían comunicarme, me dijo: “ya están algo tomadas y le dicen que su vestimenta es extraña y que les tome una fotografía”, así lo hice y fueron algunas de las mejores gráficas, ya que el sol se filtraba por una parte alta de la palapa y con el humo de los cigarrillos y las coloridas vestimentas de estas damas, la composición era luminosa, bella y a la vez un tanto extraña, espectral.
La mujer que iba a casarse estaba en una mesa con el Saila y los gobernantes, muy seria observaba el acontecer de su fiesta, ataviada con una Mola de colores vivos en donde prevalecía el rojo y el amarillo, muy joven de apenas trece años, por lo tanto una mujer Kuna a los cuarenta es ya una mujer a la que se le notan más años, y también por el rudo trabajo que realizan en San Blas: son las encargadas de ir en una balsa de remos al continente por agua potable, los hombres se dedican a la pesca y a la cacería. Una de las cosas que estaban permitidas era el incesto y por la degradación genética, algunos niños nacían albinos, que de alguna manera eran rechazados por la comunidad, entonces no era raro encontrarme con algunos en las puertas de las chozas, protegiéndose del ardiente sol, un tanto abandonados, si al nacer los padres decidían que fueran sacrificados, era permitido, algo que para nosotros pareciera escandaloso, para las leyes kunas era algo normal, cotidiano.
Le pedí al Saila, que deseaba pasarme una noche completamente solo en alguna isla, quería sentir aquella soledad cósmica que me proporcionara un encuentro con mi yo interior, y aceptó. Cayendo el sol me dejaron en un islote, con algunos víveres, agua, mi sleeping bag, en donde se podía ver en el horizonte la Isla del Tigre. Fue una noche especial en mi vida, sentirme solo en la inmensidad del mar y posteriormente en la noche con la luna menguada, el cielo tapizado de estrellas, algunas fugaces, nunca había visto un espectáculo igual -a excepción de Huautla de Jiménez en Oaxaca- traía mi Walkman con los antiguos cassetes, música de Mozart, Beethoven, los Rolling Stones, The Beatles, Serrat, Yes, Dave Brubeck, mis cámaras fotográficas, que me hicieron compañía, pero los mejores sonidos venían del mar, del viento, de mis pensamientos, de mis emociones, el sonido del silencio mismo, también de mi miedo, y mi éxtasis, la inmensidad perfecta en el Caribe, amaneció y me metí al mar desnudo, en aquellas aguas turquesas y arena blanca, al poco tiempo escuché allá a lo lejos el sonido del motor de la lancha que venía por mí. Nunca he olvidado esa noche, llegó el momento que dejé de pensar y me dejé llevar por lo que sentía, un punto pequeño en el universo, hasta la emoción de vibrar con el universo cósmico y la divinidad que llevo en mis adentros.
Al otro día, me llevaron a visitar sus cultivos de maíz que estaban en tierra firme, llegamos a un río y nos internamos en la selva hasta llegar a los cultivos, me extrañó ver que había unos montículos en medio del maizal y resulta que a los muertos son enterrados en la tierra que les proporciona su alimento, para que cuiden y sea fecunda la cosecha; vi animales extraños, víboras negras con ojos rojos, tigrillos, peces rarísimos, cocodrilos, aves magníficas, selva excepcionalmente barroca, atiborrada de árboles, palmeras, de flores nunca vistas. Con una cena me despidieron los Kunas, amigos temporales, cultura perfecta como lo mencionaba aquella revista japonesa. Los premios, la mención honorífica, la admiración de algunos y la envidia de otros, nunca se compara con lo que viví al lado de los Kunas, que me he enterado, todo ello cambió, tornándose un centro turístico y vacacional, así funciona el hambre del hombre por el hombre.
Saqué aproximadamente 600 fotos, que editadas, se pasaron en un carrusel para diapositivas, con un texto de Santiago Naud, agregado cultural de Brasil en México, las voces de Dinorah Padilla, de mi amigo el actor José Alonso y la música original del grupo Nobilis Factum, liderado por Jesús Padilla Lechuga… todo bien como acertadamente dice nuestro amigo Roberto Cárdenas, en esta bella ciudad donde me está tocando vivir plenamente: San Juan del Río, Querétaro, México…