Por Arturo Maximiliano García
En días recientes, el gobierno de Estados Unidos anunció la imposición de aranceles de más del 20% a la mayoría del tomate mexicano. La medida, tomada de manera unilateral por el Departamento de Comercio estadounidense, revienta, una vez más, un acuerdo bilateral alcanzado en 2019 y pone en entredicho la seriedad de las relaciones comerciales bajo el marco del T-MEC, que —reitero una vez más— está muerto precisamente porque no se respeta.
Frente a esta acción, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha mostrado nuevamente carácter y claridad en su posición. En lugar de emitir una tibia reacción diplomática o limitarse a expresar “preocupación”, Sheinbaum ha llamado las cosas por su nombre: imponer aranceles al jitomate mexicano no solo es una medida injusta, sino un error económico que perjudicará directamente al consumidor estadounidense.
Y tiene razón.
México exporta prácticamente toda su producción de jitomate a Estados Unidos, representando más del 90% de las importaciones estadounidenses de este producto. La afirmación hecha por la presidenta Sheinbaum es categórica: “No hay sustituto al jitomate mexicano en EE.UU.”. Esta no es una consigna política, sino una realidad de mercado. El volumen, la calidad y la eficiencia logística del jitomate mexicano son insustituibles en el corto y mediano plazo.
La presidenta también señaló con contundencia que el anuncio fue hecho sin notificar formalmente al gobierno mexicano, dirigiéndose en su lugar a los abogados de los productores estadounidenses, lo cual representa una falta de respeto a los canales institucionales. La acción habla tanto de forma como de fondo: no solo se rompe un acuerdo firmado, también se desprecia el diálogo bilateral.
Lo más irónico es que esta medida ni siquiera logrará su supuesto objetivo: proteger al productor estadounidense, y mucho menos al consumidor final en aquel país. Como explicó Sheinbaum, el jitomate mexicano seguirá llegando a Estados Unidos porque no hay quién más pueda ofrecerlo con la misma calidad y volumen. La única consecuencia será que los consumidores en EE.UU. pagarán más por su kétchup, sus salsas, sus ensaladas, tanto en tiendas de autoservicio como en restaurantes. Es una medida que encarece la vida cotidiana a cambio de un argumento político.
La presidenta ha dejado claro que México no se quedará de brazos cruzados. Ya se exploran mecanismos de defensa comercial y alternativas de negociación. Pero sobre todo, ha demostrado que se puede ejercer liderazgo con dignidad, defendiendo lo que es justo sin caer en provocaciones —su marca personal— y con eficiencia en un contexto global donde las economías libran, cada vez más, una guerra comercial sin ton ni son.
En un momento en que las tensiones comerciales amenazan con convertirse en la norma en la relación de Estados Unidos con el mundo, Claudia Sheinbaum ha actuado con responsabilidad y firmeza. Queda esperar que, de aquí al 14 de julio, fecha en la que entrarían en vigor estos nuevos aranceles, haya una reflexión por parte del gobierno estadounidense que permita revertir este sorpresivo anuncio. En lugar de agachar la cabeza o elevar el tono, Sheinbaum ha puesto sobre la mesa los hechos, la lógica económica y la fuerza del dato. Y eso, en tiempos de gritos y tomatazos, lo vale todo.
@ArturoMaxGP