Escribe Juana Victoriano
Madrugada, andanza de un tren que se anuncia lejano, pestañeo arremolinado entre falanges. Pesa la urgencia del hambre y la sentencia aguda de una tarde periférica donde la miseria aúlla su cicatriz de avenida rota, de pared inconexamente delineada. ¿Cuántos ojos descienden al paisaje fabril? El cansancio parte y vuelve a casa en tercera clase, se tumba ante el oficio del anonimato, de la fuga en que lo humano colapsa para hundir su breve algarabía. Madrugada de recuentos, de memoriales derruidos ante la majestad citadina, repetida plegaria del que con ojos opacos encuentra en las nubes enfado, en el sueño lodo y pese a ello canta:
agua que zurce el cielo:
cautivos guijarros de fiebres in blue
el frío crepuscular pincha dermis ocre
faena especular de la hoguera
que en sensación térmica palpita
la cerúlea herida y la mirada
del acuoso alrededor que contonea
[y resbala
sobre el aliento exacto del vidrio