Escribe:-Fernando Roque
San Juan del Río, Querétaro era un pueblo aletargado por la rutina y la somnolencia del calor vespertino, cuyas calles recuerdo alfombradas de morado cuando las jacarandas tiraban sus flores como damas deshaciéndose de sus adornos para comprar nuevos y poder estrenar, también los días cálidos recorridos por un viento refrescante, pues pocos disponían de ventiladores. No muchos carros por las calles y la chiquillería saliendo a jugar sin importarles el latigazo del sol en sus pieles infantiles; se jugaba a las canicas dibujando un círculo en la arena (“chiras pelas”), al avión (que luego supe en otros lugares llamaban “rayuela”) marcado en la banqueta con gis, a la matatena, al trompo, al yo-yo . . .por temporadas, juegos como las coleadas (un látigo de niños y el último salía despedido al no encontrar apoyo, provocando descalabradas), la roña (tú la traes), los encantados (estatuas de marfil), doña Blanca (está cubierta de pilares de oro y plata, romperemos un pilar para ver a doña Blanca); los adultos sacaban sus sillas para enmendar la vida y tejer chismes con los vecinos, viéndonos jugar (cuidándonos, decían) o compartiéndonos los frescos gajos de una naranja, otros más veían televisión (los más privilegiados, pues no todos tenían), algunos disfrutaban agua de limón mientras la noche iba cercándonos y luego cada quién se metía a su casa, preparándose para trabajar o estudiar el día siguiente. Los fines de semana eran de ir al campo o a bailes en la zona industrial, y siempre estaba el cine para refugiar nuestra imaginación y olvidar por unas horas, o el resto del día y parte de la noche (pues había permanencia voluntaria) y luego estaba comprar revistas o periódicos en los kioscos de revistas de la avenida Juárez o asistir a misa y encontrarte amistades o vecinos, pasear en círculos en el jardín Independencia disfrutando helados o chicharrones con chile, mientras transcurría lenta la vida con olor a provincia.