Escribe “Cacho” Flores.
Entre la incertidumbre de la falta de varo y otras resacas que han enturbiado el paso de las horas, amaneció este viernes sin más gloria que las medallas del desvelo colgando de los parpados como una llovizna de junio en pleno enero. Me he dicho sin mucha convicción, que no lo hare más, es mentira, yo lo sé, y me rio de mi frágil discurso. Salgo de la casa muy poco convencido de llegar a refugiarme a mi cubículo, donde oriento a músicos imberbes que aman lo que yo no amo. Hago el trayecto del Barrio de la Concepción a la academia, sumido en un interminable coloquio interno, las parvadas de tordos danzan entre el azul del cielo y el silencio que aún conserva este barrio. –Apenas te vi y yo…..- dejo que la rola crezca, que tome su rumbo entre la rítmica del bajo y las frases de la guitarra. Me asalta un deseo incontrolable de tomar un camión sin rumbo alguno, o regresar a caminar de tarde las calles de mi barrio, y encontrare con algún vale que invite una cerveza, o esperar a la noche sobre una banqueta para echar trago con la Tecolota. La mañana se fue de pronto, detrás de las parvadas de tordos de este loco y demente enero carente de la alegría de otras ocasiones. La tarde se hizo polvo sobre la línea gris del horizonte. No sé si la banda que espero este en camino, yo deseo fervientemente que una mujer de vestido azul los haya seducido con el largo de sus piernas, y entre rifs de ácidas notas le hagan el amor multitudinariamente en un desafío a la cordura de todo lo establecido. Que esa mujer se incendie entre las repetitivas frases de una percusión que pierda el obligado bit de un odioso y frio metrónomo, y entre el jolgorio de todo lo que conlleva un acto voyeristico, le quite el sostén a esa mujer que sólo ansia besos: tactos y rincones no tocados . Que la nave en la que viaja esa banda de rock, atraviese un portal y se vea de pronto en la realidad de un cielo con lunas violetas que les siembre improvisaciones en las manos, largos silencios y brutales calderones que los contagien de la demencia de un sinfín de corcheas locas y errantes que les brinquen en el fondo desquiciado de su memoria. Que el encuentro con esa mujer sea el preludio a su último blues nacido de un ánfora de anís que se comparte entre sorbo y sorbo. Que sea el único antecedente de su mítica desaparición en una carretera que no tenía destino ni puerto, mucho menos playa donde anclar el sólo genial que los liberara del olvido. Esa banda, sin embargo, resuena en mi cabeza con la frase que traigo clavada en el laberinto de mi oído, -A penas…te…vi…- La noche crece entonces en el presagio de un destino. El horizonte huele a rock y brumas de frases que ladraran a una luna roja, a la furia implícita de acordes electrificados que retumbaran en la soledad de una cabina de radio, mientras una mujer desnuda pide “ride” a la orilla de una autopista que se eleva hacia el infinito. Los pezones de esa mujer son lumínicos, sus labios gruesos y pintados de rojo carmín…sueñan con otros atrevimientos…