Bitácora 693.-
He escuchado a quienes creen que las adversidades hacen vacilar nuestras lealtades, creen que los infortunios vacían las filas en que militamos, como si los valores e ideas por las que apostamos, en las que creemos y vivimos, no significaran nada, como si en nosotros, en nuestras historias, hubiera tenido entrada la resignación, en vez de la rebeldía, como si nuestros arcos, no hubieran sido forjados hace mil batallas.
Aparentan saber, bajo qué vientos desplegamos nuestras velas, cuando ni siquiera han visto dónde, ni cómo se han curtido nuestras pieles, son ignorantes que desconocen el significado de las luchas que peleamos, pero tienen un gusto natural por la diatriba, la ofensa. Nunca se han sentado con verdaderos correligionarios, pues su temperamento es zigzagueante, arrastrados por los personalismos bajo los que siempre han medrado, encorvados conformistas, creen que compartimos su naturaleza, que esa misma suerte corre para todos.
Es absurdo sostener, que desde el confort puedan palparse y conocerse las desventuras de nuestro pueblo, representarlo y comprenderlo, es una realidad que les resulta incomprensible para quienes han vivido el sueño de no tener que soltarse del pezón presupuestal, anidando al amparo de balbuceante de relaciones rubicundas, pero tampoco lo es el pensar que ser lumpen es igual a tener conciencia social, porque estos no llegan necesariamente a ser compañeros, en tanto no se encuentren conscientes de su clase y de su lucha, aun cuando se apresten desbocados a ser instrumento de una irracional y supuesta conciliación de opuestos, postergando u obstruyendo indefinidamente la resolución de las contradicciones existentes.
Aquí también se lucen los sectarios que repelen toda idea de organización, a quienes resulta ajena la defensa de la dignidad y confunden principios con intereses, ellos quieren introducirse, mimetizarse, pasar desapercibidos, sin compartir nuestras creencias en la reivindicación de los derechos, la búsqueda de la igualdad, el combate a las injusticias y privilegios, indispuestos para trabajar contra la servidumbre, volviéndose presa fácil del paternalismo y otras maniobras denunciadas claramente como burguesas, sin prestar ninguna ofensiva a la diatriba, la mentira, el robo y la traición.
No cabe duda, se trata de embusteros, mitómanos falaces, que cobijados por el manto de la libertad, denuncian la supuesta pérdida de esta, aprestándose a denunciar la expedición de un “decretazo”, no reparan en lanzar un pedimento de auxilio a los poderes fácticos nacionales o extranjeros, pues en su lógica, una lógica desprovista de ética, nacionalismo y buena crianza, que es sin duda contraria a la conceptualizada en nuestro orden constitucional, que establece diáfanamente, que no son los particulares quienes pueden arrogarse el derecho a fijar los límites en que puede y debe organizarse el gobierno, sino que, por el contrario, toca exclusivamente hacerlo al Estado, sí con una simiente en los principios y valores anclados en nuestro ordenamiento, su historia y tradición.
En nuestra idea, corresponde al Gobierno como administrador de los bienes nacionales, el deber de fijar los límites y las condiciones dentro de las cuales puedan los particulares participar de una propiedad, pero reconociendo siempre, que esta es derivada de aquella que esencial y originalmente pertenece a la Nación.
No son pues, ni pueden ser los privados, quienes tengan la facultad de juzgar las decisiones que correspondan para determinar desde y hasta donde se trata del interés público y/o la seguridad nacional, por ser esta una potestad inalienable del gobierno, único capaz de esclarecer este interés, que siempre habrá de colocarse por encima de los personales o de grupo.
Pero estamos acostumbrados a bregar contra corriente, a oponer nuestra idea a toda la embestida de mentiras y denostaciones, a batallar contra medios inaccesibles y mentiras patológicas y pusilánimes.
Nosotros no tememos al debate, ni evadimos la discusión, no seremos quienes restrinjan o posterguen el papel que debe jugar en la regeneración de nuestra vida pública, la confrontación de las ideas. No rehuimos ninguna disputa conceptual, no tememos a la querella, y apostamos si, a que esta sea constructiva y de altura, por eso invitamos a nuestros adversarios a que no se escuden, ni escondan diciendo que esto polariza, porque no aspiramos a una unidad irracional, a toda costa. No nos plegamos a la idea de uniformidad, y no es porque tengamos un alma disidente, sino porque creemos en la riqueza de la diversidad, de la pluralidad y la dialéctica.